domingo, 6 de febrero de 2011

CONFLICTO NO RESUELTO
La tensión ha acabado produciendo un desbordamiento de la violencia en el Sáhara Occidental, un territorio cuyo estatuto definitivo está aún por definir aunque la Comunidad Internacional muestra desde hace casi dos décadas una escasa voluntad de lograrlo.
El surgimiento de un campamento de protesta en las proximidades de El Aaiún, la capital del territorio, y la intervención de las fuerzas de seguridad marroquíes para desmontarlo algunas semanas después ha supuesto la entrada en una nueva fase del conflicto. Hasta entonces la situación podía describirse, simplificando mucho las cosas, según los siguientes parámetros. La legislación internacional no se aplicaba, algo que no es nada nuevo por otro lado pues podríamos dar infinidad de ejemplos en otras latitudes del mundo; el papel de la ONU venía teniendo una visibilidad escasa, con una Misión sobre el terreno que hace poco, la MINURSO, sobre todo si la comparamos con otras misiones desplegadas en otros lugares del planeta, y con un Consejo de Seguridad que le viene renovando periódicamente el Mandato pero sin tratar de apostar por fórmulas imaginativas que puedan desbloquear la situación; el Frente Emisario trata de arañar más y más reconocimientos internacionales para la República Árabe Saharaui Democrática, la RASD, y exige la celebración del referéndum de autodeterminación en su día prometido; y, finalmente, el Reino de Marruecos se afana por consolidar la ocupación del territorio tratando de contrarrestar al Polisario y ofreciendo últimamente un plan de autonomía como herramienta jurídica, aunque de derecho interno marroquí, para lograrlo.


Mientras todo esto ocurre, y estamos hablando de dos décadas de bloqueo y de casi quince años previos de guerra convencional, la situación sobre el terreno ha ido cambiando en términos humanos. Marruecos ha colonizado desde el año 1976 el territorio con colonos marroquíes y ha tratado de atraerse a saharauis. Todo ello le ha costado mucho tanto en términos económicos como de compriso político y militar pero el problema es que con la acumulación de generaciones que, todas ellas, quieren ver definido su futuro en términos de avance, lo que Marruecos ofrece es cada vez menos atractivo. De todo ello se deduce que el desaliento crece, y no sólo entre los saharauis de la diáspora que ven que Marruecos no cede y que el Frente Polisario no logra avances relevantes, sino también entre la población del territorio, donde empiezan a crecer las desigualdades entre unos y otros dentro de la población que, en principio, aprueba el escenario de ocupación marroquí.
Los brotes de violencia han sido calificados desde distintas posiciones de Intifada, y podríamos afirmar que tienen algo en común con la Primera Intifada palestina, la de diciembre de 1987, sobre todo su carácter espontáneo, de protesta no sólo contra Marruecos sino contra la situación en sí entendida en términos globales. El uso de la fuerza por Marruecos podrá apagar este estallido pero no acabará con la insatisfacción. Ahora que el bloqueo sigue siendo frustrante, y que además se adereza con violencia, no está de más recordar que en 2003 se habían logrado importantes avances diplomáticos para intentar desbloquear la situación con el llamado Plan Baker Modificado.
Este texto, que Marruecos rechazó entonces, ya recogía la posibilidad de una autonomía pero no como fin último sino como fase transitoria hasta llegar a un momento en el que se celebraría el referéndum de autodeterminación. Si tal Plan u otro similar pudiera ser recuperado, y esto es altamente improbable dada la posición marroquí, ese quinquenio de autonomía podría servir para que Marruecos se esmerara en conseguir convencer a la población saharaui originaria, que en su inmensa mayoría está en el exilio, de que ofrece algo aceptable, y permitiría al Frente Polisario poder poner en aplicación su modelo de Estado en términos de concurrencia. Todo ello requeriría, siempre que las partes en conflicto lo aceptaran, de un fuerte compromiso internacional para proteger el proceso y permitir que fuera limpio y equilibrado. Lo cierto es que asumimos que es mucho pedir, pero estamos en un momento en el que, aparte de inventariar el deterioro progresivo de la situación, debemos de hacer esfuerzos si queremos vislumbrar una salida constructiva al mismo.

El 30 de abril el Consejo de Seguridad de la ONU votaba por unanimidad la renovación por un año, hasta el 30 de abril de 2011, del Mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO). Con ello se mantiene el statu quo vigente desde 1991 hasta la fecha y la Organización universal asume, de facto, su incapacidad para resolver un conflicto antiguo y aparentemente irresoluble, al menos en lo que a lo establecido por la ONU respecta. Recordemos cómo la dimisión de James Baker III, en junio de 2004, de su puesto de Enviado Especial del Secretario General de la ONU para este conflicto, tras ingentes esfuerzos hechos por este mediador de talla y con gran carisma, demostraba lo difícil de la tarea.
Tras el Informe preparado por el llamado Grupo de Amigos del Sáhara Occidental, y que incluye a España, los EEUU, Francia, el Reino Unido y Rusia, y tras el Informe preparado por el propio Secretario General, Ban ki Moon, y sin incluir ninguno nada novedoso, el órgano ejecutivo de la ONU optaba por lo más fácil: renovar el Mandato, es decir, retrasar en el tiempo aquello que no se es capaz de resolver. Decimos nada novedoso porque ni se ampliaba el Mandato de la MINURSO a la supervisión de los derechos humanos en la antigua colonia española, como algunos pretendían, ni se hablaba de la celebración del prometido referéndum de autodeterminación, ni se posiciona con respecto al plan de autonomía presentado por Marruecos. Hecho público el 11 de abril de 2007 el plan marroquí pretende confirmar la situación de facto de su ocupación del Sáhara Occidental. Bien recibida e incluso apoyada claramente por Francia, esta iniciativa comienza a atraer o los otros Estados occidentales involucrados en el asunto pero no así a Argelia ni por supuesto al Frente Polisario.
Marruecos ha pretendido que este fuera desde 2007 el único punto en el orden del día de sus reuniones con la ONU, con el Grupo de Amigos citado o con el propio Polisario, con Argelia y con Mauritania en las reuniones mantenidas en suelo estadounidense. Argumenta además Rabat que en su plan de autonomía se consultará además a la población del territorio, queriendo con ello desterrar para siempre la idea de un referéndum. Sería por supuesto una consulta sectorial, confirmatoria de la marroquinidad del Sáhara y en el contexto de una autonomía muy limitada.
Mientras todo esto ocurre el conflicto no resuelto del Sáhara Occidental sigue siendo algo marginal a los ojos de la Comunidad Internacional, pero tiene y seguirá teniendo un impacto negativo en el contexto subregional en el que se ubica. Aunque Marruecos se siente apoyado por sus principales socios occidentales y los buenos resultados económicos del último año le permiten ocultar los costes que para la economía nacional implica, la ocupación de este territorio entorpece cualquier avance en términos de integración regional. También conlleva desafíos internos, como la huelga de hambre de seis presos saharauis encarcelados en cárceles marroquíes que exigen ser juzgados y cuya situación provoca protestas dentro y fuera del Reino, incluso entre los saharauis que han acabado aceptando la fórmula marroquí de la autonomía. Por todo ello es importante considerar a este conflicto como una asignatura pendiente, que pone en entredicho el normal funcionamiento de la Comunidad Internacional junto con los sacrificios humanos y materiales que ha conllevado y que conlleva.

El problema saharaui es uno de esos conflictos no resueltos durante años, que permanece latente hasta que algún nuevo episodio lo pone patente, siendo entonces como ahora cuando la prensa internacional denuncia hechos como los del ataque marroquí al campamento, y la subsiguiente situación de disturbios y sitio a la ciudad de El Aaiun.
Este conflicto, además se vive con cierto grado de intensidad en España, pues no en vano, nuestro país formó parte del mismo hasta el abandono, por “descolonización súbita”, o mejor dicho relevo en la misma por Marruecos, tras forzar el episodio de la Marcha Verde, en los “estertores” del régimen franquista, y sobre el que se tienen una “mala conciencia social” de cómo se hicieron las cosas.
Pero hemos de recordar que entonces, España era atacada por el Frente Polisario, bajo auspicio de Argelia, que infligió numerosas bajas de españoles, incluidos ataques a pesqueros que faenaban en las aguas del banco saharaui. Y por otro lado, no podemos olvidar la hostil acción marroquí forzando con la Marcha Verde una confrontación, que podría haber traído consigo una guerra a tres bandas (España –potencia colonial-, Marruecos –que lo pretendía- y Argelia –ocultándose en el Polisario-), desestabilizando el área saharaui y mediterráneo occidental, de tan elevado interés estratégico para nuestro país. Que por otra parte, habría de cerrar el proceso de descolonización llevado a cabo en África, a mitad del S. XX, con lo que tenía más que perder que ganar en el caso de seguir adelante con el conflicto.
Por consiguiente, se tomó la mejor de las opciones para el interés de España, si bien por la situación interna española, y la presión de los agentes en conflicto en la zona, se hizo una dejación de las habituales funciones que asumía la potencia colonial con los territorios coloniales en todo proceso de descolonización, si bien arteramente encargó de esa responsabilidad a la ONU, que la asumió, pero no la ejerció, por más que se haya apelado al proceso de descolonización del Sáhara a través del conocido referéndum de Naciones Unidas, que no se ha llegado a realizar, pues con el transcurso del tiempo, los datos censales han podido ser sustancialmente modificados a favor de Marruecos, actual ocupante.
De manera que España testimonialmente puede manifestarse a favor de dicho proceso, como parte que intervino en la zona, pero sin embargo los actuales intereses españoles no pasan necesariamente por avalar la posición de un Polisario que cuando era la potencia ocupante le resultó beligerante, como tampoco con Marruecos que fue el vecino desleal aprovechado de las circunstancias para granjearse nuevos intereses políticos, económicos y territoriales. Por consiguiente, no es mala la salida española de señalar a la ONU como responsable de tutorizar dicho proceso.
Pero apelar a la ONU, tiene una clara connotación de intereses estadounidenses – o al menos que no se perjudiquen-, por consiguiente la ONU ha ido tomando distancia física y temporal del problema, y de hecho Marruecos ha sido la que se ha salido con la suya, pese a la resistencia de la población saharaui, al parecer mermada y dividida, ante un Polisario radicalizado que parece acoger las nuevas tesis islamistas, que en la actualidad molestan hasta al mismo Estado argelino que le apoyaba. Por consiguiente, el problema se ha agravado dado el peligro de propagación islamista de la zona, que no interesa ni a Argelia, ni a Marruecos, ni a España, ni por supuesto a EEUU.
Motivo por el cual la lógica geopolítica, ante una probable generación de un Estado Saharaui fallido, que pudiera ser base del terrorismo islámico sobre la zona, que podría llegar a desestabilizar a los países circundantes, e incluso África central y el Mediterráneo Occidental, parece aconsejar no asumir riesgos y mantener el statu quo de la zona bajo control marroquí, país que además tiene un alto grado de occidentalización con sus matices.
Consiguientemente, es muy loable defender los derechos de autodeterminación del pueblo saharaui, incluso la condena del uso excesivo de la fuerza represiva contra los insurgentes. Pero por puro realismo político, que es lo que rige en política internacional, lo aconsejable va de la mano de los intereses de los países de la zona y de su estabilidad. Hecho que determina, en definitiva, la misma actuación de Naciones Unidas.

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